lunes, 2 de diciembre de 2013

Vientos de acordeón

Las alfombras rojas ya cubren las hojas que el otoño esparce por el suelo. El olor de las castañas traen de vuelta, como cada año, ese anticipo de las Navidades en casa. El frío se cuela por el hueco que mi pelo levanta, centímetros entre el gorro y mi oreja. El helor me produce escalofríos, que me recuerdan a ese momento en el que abro los ojos y pienso en lo que pienso cada día cuando abro los ojos. Y cuando los cierro y paso de soñar despierta a soñar dormida. Con los mofletes rojos y caminando a pequeños saltos, llego a la oficina que ya me falta sin haber subido todavía a ese avión. Antes de llegar al calor artificial de una casa vacía, el metro me lleva en dirección opuesta y al ritmo de un acordeón de fuelle cansado. Inclinando la cabeza hacia atrás, en medio de la plaza y frente al Duomo, miro hacia el árbol de Navidad, todavía sin adornos, verde, desnudo. Soy tan pequeña frente a él. Miro su copa apenas segundos antes de que las estrellas me hayan eclipsado en la inmensidad de la noche milanesa.